Poco me importa dónde rompa mi estación,
Si cuando rompa esta rompiendo lo imposible.
Silvio Rodríguez, Canto Arena.
Si cuando rompa esta rompiendo lo imposible.
Silvio Rodríguez, Canto Arena.
Bastó un telefonazo para verme atravesar medio oeste de la ciudad desde Tepeximilpa hasta Coyoacán.
Zaria, duende de la noche, me pidió que le hiciera unos bocetos de última hora para un concurso. Hacía tiempo que no dibujaba bajo la presión de su entusiasmo y no podía esperar un segundo. Con mi madre bajo el brazo, llegue a casa de mi amiga y allí terminé sin mayores complicaciones los bocetos de su proyecto de teatro. De pronto, un compañero de proyecto mencionó un nombre familiar: Alain Kerriou. Zaria lo conoce, todo el mundo lo conoce. (Pueden ver su blog, aqui mismo hay una liga)
¿En serio? Si, en serio. La escena social del teatro en esta ciudad es diminuta...
Luego me di cuenta. No es sólo una cosa de teatro. Se mencionó también el nombre de Hugo Heredia, y el golpe al pasado se redondeó.
1989, La sombra amplificada de Hugo proyectada en la pared enorme del patio de Zamora era la sombra de su visión en ese performance donde andaba en una bicicleta de luz camino hacia mi memoria. Música, sonido, poesía y arte. De eso se lleno mi corazón durante esos cuatro años de pre adolescencia.
Pero, no es sólo una cosa del teatro, es cosa de haber salido de Decroly
Llegué al CCH sur despistada y dando tumbos. Completamente fuera de mí elemento. Había estado pocos años en Decroly, Pero esos años cambiaron mis ojos, el tono de mi voz y una mente que creía sólo mía. Todo se convirtió en parte de un colectivo muy reducido.
Aun rodeada de miles de chavos, me sentí como un chícharo en una charola: el CCH era como Marte o Urano, mi única tablita de naufrago era Miguel Orduña y aun así, se trazó una distancia que no pudimos recortar con el tiempo. Se me perdió mi amigo apenas un semestre después. Quedé medio huérfana, mi punto de interés no tenía que ver con el de nadie más allí.
Durante mi primera clase en el CCH, una maestra nos preguntó de qué escuelas veníamos. Sólo dos veníamos de escuelas particulares, pero sólo la mía llamó la atención de la maestra. “¿Otra de Decroly? A ver cómo nos va, ¿eh?”.
Le pregunté qué quiso decir con eso cuando terminó la clase.
“Por preguntones, respondió molesta: ¿Por qué más?”
Todos estos años después, estando en San Francisco, me topé con una de tantas redes sociales que ahora son agendas interactivas, Hi5. Allí me encontré primero con Pablo Castillo, que con su “hola” y una hermosa carta de amor, borró una larga enemistad que había sido un simple secreto revelado años antes por mi madre. “Lo que pasa es que a tu hijo le gusta Cristina”, le dijo a Eugenio. Me gustaría haber visto su cara, pero las juntas de los papás eran eso; de papás. En donde ellos, como parte de la comunidad se enteraban y analizaban nuestros trastos rotos y uno que otro avance.
No supe de esa declaración y mi madre se guardó el comentario durante veinte años. Hizo bien.
Como le dije a Karim Garay, “No sé que era más folclórico, la escuela, los coordinadores, los escuincles o los papás”.
Después de ese encuentro electrónico con Pablo, el encuentro tridimensional se dio naturalmente, pero rápido. En poco tiempo y a mi regreso a México, me encontré con una vieja banda, renovada, reproducida en carreras llamativas. Diseño gráfico, arquitectura, periodismo, antropología, fotografía, iluminación, producción, investigación científica, rock alternativo... ah si, también dos o tres niños preguntones como sus padres.
Los recuerdos nos hicieron repetir las palabras que tatuamos en nuestro inconsciente colectivo: “Moción de orden, pido la palabra, no estoy de acuerdo...”
Todo lo que hice durante mis años en la UNAM ya había sido probado en Decroly. Incluso las actividades de mis amigas en otras carreras, ya habían sido comprobadas durante mi infancia decroliana: Experimentos genéticos con drosophilas, conteo de población de árboles en Aguacatitlán, investigación documental, lectura de libros comúnmente impensables para un niño de once años.
Antes de cumplir los quince, ya sabía la diferencia entre democracia y plutocracia. Entre revolución e institución. No me era ajeno el método científico o cómo hablar en público.
Por supuesto; de los quince a los treinta, me aburrí como ostión. Hablarles de usted a las “autoridades” o re hacer lo que ya había sido comprobado me parecía estéril. Hoy, nada más me da hueva, pero lo comprendo.
Las amistades que hice durante los noventas, no son muy distintas de las amistades que hice en Decroly, y no me sorprendí al descubrir que uno de mis mejores amigos del CCH resultó ser un ex alumno de Decroly, Heráclito López, tres años más chico que yo y que a pesar de haber salido de la escuela antes que yo entrara, conservaba esos mismos ojos, ese tono de voz y esa mente que era y sigue siendo nuestra. Esta amistad no es coincidencia, nos olimos la rebeldía en el mar de jóvenes ceceacheros y la reconocimos como inteligencia. Luego, por medio de Heráclito conocí a Marucia, quien tabién fue a Decroly, pero al que Carola fundó en provincia. Nos conocimos en BUSCA (ya hablaré de busca también).
¿Qué fue de los ochentas?
Una puerta rota.
Un grafiti sin consentimiento alguno.
La vez que Odra Arturo y yo le dimos en la torre al excusado de la tercera sección.
La cooperativa, esas pintas locas en las que le avisábamos a los padres “Me voy de pinta papá, ahí le avisas a mi mamá para que luego Ada Hilda no se esponje, es que esta vez no le avisamos a nadie en la asamblea”.
Mi abuela protestando cuando cantamos “Hasta Siempre Comandante” en el festival de fin de año. “¡Metiste a los niños en un semillero de comunistas!”
Amenazas de bomba, por culpa de nuestras mochilas “olvidadas” en el paranoico edificio contiguo.
No grito, no corro, no empujo. Los únicos “noes” aceptados en la escuela.
Un par de días con autoridad directa porque sí que estábamos desatados.
El antagonismo entre Soledad Aguirre y yo.
El Sapo Encantado.
Las mojadas carentes de culpa posmoderna.
Mis primeros monos, mis primeras letras, Mi diario “Querido Michael”, Best Seller en la tercera sección (de nuevo: Gracias, Karim)
No puedo describir mi experiencia pasada en Decroly, porque esta aún no ha terminado.
Tengo casi treinta y cinco años y es como si nunca hubiera salido por el portón de Zamora. “Nos vemos Benita, ¡Bye Esperancita!”, Y de ese verano del 89 hasta ahora...
Sigo probando cosas nuevas, sigo leyendo rabiosamente hasta que mi punto de interés del día se revele, sigo haciendo asambleas.
Sigo proyectando reuniones con los que se volvieron espejo de mi propia psique.
Sigo pidiendo la palabra. Hago monos irredentos, sigo pariendo letras en mi diario (“Querido Michael, hoy David se encontró a Pablo en el Metro Bus, el miércoles nos vamos a ver en el Poliforum.”)
Sigo viendo a Cecy cada que la enajenación capitalina me lo permite y Arturo sigue haciendo travesuras.
Pero algunas veces, como hoy, que me topo con ustedes, miro al frente y les doy un beso entre ceja y ceja.
Compañeros, coordinadores, padres folclóricos y hasta los conejos, los cuyos, los patos, la yuca y ese guajolote que nos perseguía por todo ese patio interminable, ora de tierra, ora de cemento.
Ustedes me enseñaron a pensar, no me enseñaron qué pensar.
Llevamos a Decroly a la escena de esta ciudad y donde quiera que esté una persona creativa participando en sueños, allí esta un Decroliano. Y no está solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario