A veces escribo. A veces nomas me da por moler

A veces escribo. A veces, nomas me da por moler.

martes, 6 de abril de 2010


Desde el radio viejo del taxi, Gloria Gaynor nos dio la bienvenida. Supongo que fue más o menos así en 1975, cuando vine por primera vez a la bahía.

De allí en adelante, hacía poco más de nueve u ocho años que no volvía. ¿Será que Acapulco perdió el atractivo que todavía en el 2001 estaba allí, manido pero antojable?

Tal vez el brillo se fue a punta diamante y es por eso que el recuerdo próximo es el atardecer de la playa del Fairmont Princess con los Sogemitas, poco antes del “Episodio Tacha” que desencadenó nuestra separación y cuando los Martinis en Sodoma parecían una buena idea.

Un año antes, creo que visité la bahía como tres veces, ya ni recuerdo cómo fue, pero sí recuerdo un viaje desastroso para celebrar la llegada del nuevo milenio en Chacahua. Éramos los tres tristes tigres: Fulano, Andy y yo.

Recuerdo que pasé dos o tres noches en Acapulco, muy cerca de la Quebrada, con Fulano. Justo antes del “cuerno”, el llanto, las visitas al ginecólogo y claro… antes de Sutano, Perengano y Sutanito[1].

Lo que siguió fue tan abrupto, que apenas hoy me cae el veinte: Se me fueron dos lustros en pitos y flautas.

Durante esos años pasó mucho y poco se quedó hasta hoy.

Se murieron Archie y Güicho.

De nuevo fui más allá del Pacífico Americano para descubrir que el mismo mar que vi por primera vez, es el mar del oeste.

Descubrí gracias a varios ginecólogos después de la ruptura con Fulano, que yo no tenía ni herpes ni VPH, ni autoestima. Me mudé a la milpa más lejana de Tlalpan. Me convertí en sibila a destajo para el mismísimo diablo (El diablo vive en algún lugar de Santa Fe). Hice grabado y dejé de hacerlo. Comencé a ganar dinero tecleando como lo hago.

Aprendí a pintar, se me olvidó cómo tejer.

Lloré, lloré y lloré; hasta que hace cuatro años y medio conocí a Heath. Y Ecce Fémina.

Una mujer que ya no llora a menos que transmitan una película cursi en la tele. Que de nuevo dibuja monos. Que escribe para ella y los feligreses de este molcajete.

Una mujer que sigue de Sibila pero que huye del diablo y trabaja para la Pachamama misma, vía Luli, Hoby y Mi abuela.

Una mujer que para variar, es amada por un gringo que aunque dice tener miedo de todo, sigue al frente del batallón de emociones y de pronto me da sorpresas como este viaje.

Ver el atardecer de la costa dorada de Acapulco y esperar a que mi hombre salga de la regadera es una recompensa, así como un cierre de capítulo.

Todos estos viajes a estas mismas playas son el fin y el comienzo de algo.

Desde la luna de miel retrasada de mis padres, hasta ahora que recojo conchas diminutas que arrastran las olas de entre la nata amarilla.

Arenas ásperas, otras pegajosas. Con el pescado a la talla esperando mi glotonería y litros tras litros de corona helada. Una corona que ya no es mexicana y un Acapulco que celebra esa venta al grito de “helou amigou”.

Un Acapulco donde los taxis caros ya no llenan las necesidades de transporte de su población más y más pobre. Un Acapulco de balaceras frente a la fuente de la Diana. De hombres sebosos que venden coca frente al bungee del Paradise, en vez de lancheros brillantes, que ofrecían paseos, caracoles y a lo mejor hasta un orgasmo.

Nada de eso. Acapulco parece una especie de colonia suburbana a la mexicana, sólo que en vez de tiraderos de basura, tiene una bahía que sobrevive a pesar de estos tiempos. Ciudad Satélite, pero con olor a mar.

Se fue el Acapulco de mi infancia y el Acapulco de mi adolescencia está desapareciendo.

Aún sobrevive el mar. Ese mismo que parece perdonar cada uno de estos doscientos años de chingar y joder. De moler y cagarla. Literalmente.

Y aún así me dio gusto ver la bahía y no sentir frio. Claro, ver a Acapulco tan… cambiado, fue como ver a la amiga más bonita de la primaria ya treintañera y adicta a la heroína o algo así.

Le mando una bendición y a volar pajaritos. Este molcajete tiene que volver al oráculo.


[1] Ya lo saben, pero lo repetiré. Algunas personas, las que sé que les interesa hacerse como el tío Lolo o que de plano ya los "googlearon", no querrán ser balconeados en el molcajete, así que preferí cambiarlos por otros apelativos para no quemar a nadie. Si se enteran por otras fuentes quién es quién, ya no es mi bronca.

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