Después de algunos años de ver por encima del texto general que es la vida contemporánea, me doy cuenta de una cosa que creo que la comunidad esotérica está pasando por alto o a lo mejor participan de ello:
La naturaleza holgazana del ego humano.
Así escrito, parece rimbombante decir tal cosa, pero es de temer:
Propios y extraños de los círculos religiosos, místicos y esotéricos, llevan años hablando del fin del mundo; Es más, podría decirse que se viene hablando de esto prácticamente desde que existen mentes humanas creadoras de mitologías.
El fin del mundo es ya un arquetipo por sí mismo. Tiene distintos nombres, dioses y fechas. Pero hay una fecha especial que ha entretenido a las mentes más ocupadas del orbe a partir del despanzurrado 2000:
21 de diciembre de 2012.
Me han preguntado si es cierto que se va a acabar el mundo y antes de poder darles una respuesta, muchos exclaman: ¡Para qué votar el 2012! Si de todos modos nos va a llevar la conchinchina.
Mi bisabuela soñaba con el arrebatamiento y me leía relatos maravillosos en los que, si yo era buena, un día El Señor me iba a arrebatar, para llevarme a un lugar hermoso donde podía tener un león de mascota y donde viviríamos felices junto con mis papás y mi hermano.
Y luego llegaba mi mamá y me ponía a levantar el desmadre que era mi recámara. Mientras hacía lo que me tocaba imaginaba lo que el cielo sería para mi: un lugar ordenado automáticamente, donde no tenía que levantar las cacas de mi imaginario león mascota.
En el cielo no había nada que limpiar, ni ropa que lavar, ni tarea, ni escuela.
No había ningún desperfecto; cuentas de banco; deudas externas, crisis, inflación, aves muertas, ballenas varadas, represión, presos políticos, hambruna en Somalia, redadas en Tepito.
Sólo había gozo, libros y más libros; pasteles de tres leches, niños jugando en parques interminables y padres felices que jamás serían divorciados.
Pero luego volvía a la realidad afuera de las páginas del Atalaya y las lecturas de mi bisabuela. Regresaba al viejo condominio Insurgentes a un mundo común y corriente y con toneladas de tarea qué resolver.
En el fondo, yo deseaba que llegara un terremoto o un incendio o una mudanza que acabara con todo, con tal de no levantar mi recámara o tener que memorizar la cochina tabla del siete.
En esos años pasó de todo, menos el incendio y de todos modos me mudé con todo y mi desmadre hasta la Magdalena Contreras después de 1985.
Entonces aprendí que el desorden se lleva adentro.
Resulta claro que es más fácil llevar las cuentas en orden desde el principio.
Por eso, no me sorprende que haya entusiastas del fin del mundo.
Entre esos entusiastas, hay científicos que no se creen el rollo de los testigos de Jehová que me contaba mi bisabuela, pero no quitan el dedo del renglón.
Esos científicos que creen que si se acaba el mundo por angas y mangas, la tierra podrá volver desde cero. Recrean su imaginación proyectando una tierra reconstituida sin humanos o con pocos humanos alfa, hijos de Darwin repoblando la tierra, partiendo desde el principio y sin defectos genéticos ¿Cómo sería posible?
Las batas blancas también sueñan con un acto extraterreno y redentor. Un meteorito, por ejemplo. Calculan algoritmos interminables que nos dicen que la tierra estará mejor sin nosotros o con una versión corregida y aumentada.
Ya se recuperará la Gaia, porque es homeostática, optimizada, coevolucionada, etcétera.
Ya sea bajo el cobijo de un doctorado, o con un título de beatitud. Millones de mentes que se presumen inteligentes, lo que en realidad no quieren hacer es levantar el cochinero. No quieren contradecir lo que ordenan las grandes corporaciones que son las que imponen la mugre de plástico que contamina al planeta. Y sus guerras. Y sus trampas.
Billones de humanos se asumen primero como consumidores, luego como empleados y finalmente como espectadores mudos o aterrados o indiferentes del espectáculo más grande de la historia: La evolución del Homo Sapiens-Sapiens hacia el estadio al que pretende llegar: Homo-Cínico[1].
Siempre es más sencillo empezar desde cero. Ya sea sobre las alas de la reencarnación o bajo la aureola del paraíso prometido o de algún Nirvana extraterrestre.
Queremos ir al primer día de escuela con todos nuestros útiles brillando de nuevos, pero no queremos regresar a casa a hacer la tarea, ni a lavar el uniforme ni a lavar los trastos.
Entonces, como Sibila, me decepciono mucho. No me gusta que me pregunten si se va a acabar el mundo en el 2012 porque sé que el trasfondo de la pregunta es muy parecido a algo que sentí durante el terremoto de 1985 y que cambió mi manera de pensar para siempre.
El terremoto comenzó a las 7:19 De la mañana, por lo tanto todavía no estábamos listos para salir a la escuela. Es más, nos habíamos quedado dormidos. Cuando el tembladero acabó, lo primero que pensé fue “¡Eh, Yupi! Hoy no vamos a la escuela.”
Vivía en la colonia Roma, como ustedes ya saben. En el condominio Insurgentes. Fue cosa de caminar al otro lado de la manzana uno o dos minutos después del bailoteo inicial para ver lo que había pasado. Tres edificios se caían frente a mis ojos de niña. Mi casa seguía bailando, olía a gas en todos lados, una lluvia de vidrio caía por toda la manzana.
Me sentí avergonzada por desear no ir a la escuela.
Muy avergonzada.
La responsabilidad de la gente comienza con un acto de consciencia. Pocos llegan a ese punto a pesar de vivir tragedias como la que vivimos en La Roma y alrededores. ¿Cómo podemos pedirle a gobernadores, oligarcas y damas de sociedad que lleguen a esa consciencia? Si viven encerrados en sus burbujas de primer mundo. Indolentes, inconscientes, estúpidos por elección: cínicos.
El budismo dice que es Karma. Que cada quién su rollo y que el estado de ascensión depende de la voluntad que pueda tener uno por salir adelante y ser mejor. Que la humanidad no tiene por qué evolucionar al mismo tiempo.
Así somos, aquí nos tocó vivir, Es la voluntad de Dios, Así es la vida, No hay justo, sino uno. Y los que no vivimos en ese mundo de oropel y botox de los poderosos, delegamos nuestra responsabilidad a esos que no tienen consciencia.
Les puedo apostar algo el día de hoy, a pocos días después del terremoto del 11 de Marzo en Japón, y es que no habrá fin del mundo. No ocurrió en 1983, ni en el 2000 y dudo que el famoso arrebatamiento que decía mi abuela ocurra el 21 de Mayo este mismo año. Harold Camping es el que hizo esta predicción. Ya antes había fijado la fecha para el 6 de Septiembre de 1994, luego de que se le aguó la fiesta, dijo que le habían fallado los cálculos.
Hay toda una gama de teorías escatológicas al respecto y cada vez, el profeta errado sólo guarda silencio o en el mejor de los casos, dice que se le cruzaron las antenas. El ejemplo de Camping es uno entre millones, lo malo es que muchos creyentes prefieren incluso morir que soportar la pena de arreglar sus problemas en vida.
Falta poco menos de un año para que se pare el reloj y no hay un solo maya que diga que sí se va a acabar el mundo, aunque las voces siguen esperando que ocurra.
Terence McKenna murió en 2000 sin poder ver su ola de tiempo cero y José Arguelles dejó este plano a un año y pico de su predicción por cumplirse.
Cada predicción es esperada con más ahínco que la anterior con tal de no levantar el desorden en la recámara, lavar los trastos y retomar el derecho que tenemos de llamarnos Humanos y de llevar el cerebro lleno de neuronas que tenemos, sin contar que tanto el corazón como los intestinos tienen también memoria y que seguimos aprendiendo de ellos. Pero es más fácil seguir pensando que un rey llegará a poner las cosas en orden.
La verdad es que los cínicos esperan que en vez del Rey de reyes, llegue su sirvienta.
Que el tao les sea propicio y no... No se les van a caer las manos si lavan los trastos antes de irse a dormir.
[1] Por cínico, me refiero al cínico de la escuela de Diógenes “El perro”, sin insultar a los cánidos, claro.
Me parece apropiado señalar que hay otros dos tipos conocidos de cinismo en este hemisferio: El cinismo al estilo anglo y el cinismo al estilo hispanoamericano: El cinismo anglo significa ser desapegado debido a la ausencia de sensibilidad y solidaridad humana, el cínico no cree en nadie ni en nada. Toma los aspectos negativos de la filosofía de Diógenes y los convierte en un intento por no sentir nada, porque nada es lo suficientemente valioso y califica de inocentes a los que pretenden mejorar las cosas o la vida. El cinismo hispanoamericano en cambio habla de indolencia. Por ejemplo, un cínico Mexicano roba o mata y luego condena esos actos como si él mismo no hubiera hecho nada. Por supuesto, mi reflexión puede ser rebatida; pero creo que las sociedades humanas ya conseguimos quitarle lo Sapiens al Homo y lo reemplazamos con tal miedo a saber y a crecer que haría falta una dosis masiva de inteligencia y sensibilidad para recuperar nuestro CI colectivo intacto.
2 comentarios:
Muy bueno Cristina, me gustó.
Gracias Leandro. Qué bueno que te gustó. Te mando un abrazo.
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